When the future looked me in the eyes.....Cuando el futuro me miró a los ojos

                                     

When the future looked me in the eyes

I have been divorced for about fourteen years.

During that time, one question has quietly followed me through seasons of healing, growth, loneliness, and rebuilding: What will my eternal companion be like? Not simply in appearance or personality, but in spirit. In how life will feel beside her. In the long arc of time.

Years ago, one night, I had what I can only describe as a dream, though it felt different than an ordinary one. You might even call it a vision, not in a prophetic sense, but in a deeply personal and symbolic one. It felt given rather than imagined.

In it, I saw myself with someone.

What struck me immediately was not who she was, but how time moved. It unfolded like a movie, fast-forwarding through scenes. Not linear, not detailed, but complete.

I saw us camping together, traveling, laughing in unfamiliar places. I saw us attending church side by side, sitting together in quiet reverence. I saw family gatherings, ordinary moments, and shared traditions. I saw a temple marriage, not as a ceremony, but as a shared direction. I saw years passing, seasons changing, and in every scene, we were next to each other.

Always together.

The emotion that filled me was not excitement, but fulfillment. A quiet, settled happiness. The kind that feels like peace.

As the movie reached its end, time slowed. The scenes faded. She stood in front of me and turned around to face me.

And then everything else disappeared.

I could not see her face. Not her expression, not her smile, not her lips or her nose. I could not tell you her age or her features. All I could see were her eyes.

Clear. Loving. Familiar.

They were the kind of eyes you want to wake up to every morning. The kind that make you feel known, safe, and chosen.

That was all I was allowed to see.

When I woke up, the feeling stayed with me.

Since then, I have carried that experience quietly into my relationships. Maybe it sounds irrational. Maybe it limits me. But I have always felt that the first thing I must fall in love with is a woman’s eyes. Not because eyes are magical, but because they are honest. They reveal presence. They reveal depth. They reveal the soul far more than words ever can.

I have met women whose eyes I believed matched what I saw, and I tried to convince myself they were the ones. But often it was my own desire, and at times my impatience, that shaped that belief. Learning to trust God’s timetable instead of my own has not been easy. There are millions of eyes in the world, and not every resemblance is fulfillment.

This experience often reminds me of Nephi.

Nephi was shown the future of his people. He saw the coming of Christ. He saw the Book of Mormon come forth. Like John in the book of Revelation, he was shown a sequence of events he would never personally live. Not so he could control the future, but so he could endure the present. He saw the end so he could walk faithfully through the beginning.

I once heard a General Authority teach that we should live by understanding the end from the beginning, or perhaps to begin with the end in mind. I do not remember the exact wording, but the principle stayed with me.

Some visions are not about prediction. They are about direction.

Seeing the end of my “movie” was not about knowing who she is or when she will come into my life. It was about seeing who I need to become. Watching that future unfold, feeling the happiness and peace we shared, did not make me impatient. It gave me purpose.

It showed me the kind of man capable of creating that kind of life.

If that future is real, then the work is now.

Knowing the end encourages me to live differently in the present. It pushes me to keep growing emotionally, to heal what still needs healing, and to draw closer to God. Not out of fear, but out of desire. I want to be aligned with Him so that when the time comes, I am prepared, not scrambling.

I want to be the kind of man who makes a woman feel the way she made me feel in that dream: safe, chosen, at peace, and joyful. Not because I complete her, but because we walk together in the same direction.

So I keep becoming better, one day at a time.
Not perfect, but intentional.

And when the day comes, when I finally look into those eyes again, I believe I will not only recognize them, but I will be worthy to discover the smile I have patiently waited to smile back at.

Cuando el futuro me miró a los ojos

He estado divorciado por alrededor de catorce años.

Durante ese tiempo, una pregunta me ha acompañado silenciosamente a través de temporadas de sanación, crecimiento, soledad y reconstrucción: ¿Cómo será mi compañera eterna? No solo en apariencia o personalidad, sino en espíritu. En cómo se sentirá la vida a su lado. En el largo recorrido del tiempo.

Hace años, una noche, tuve lo que solo puedo describir como un sueño, aunque se sintió diferente a uno común. Tal vez podría llamarse una visión, no en un sentido profético, sino en uno profundamente personal y simbólico. Se sintió recibido, no imaginado.

En él, me vi a mí mismo con alguien.

Lo que más me impactó no fue quién era ella, sino cómo se movía el tiempo. Se desarrollaba como una película, avanzando rápidamente a través de escenas. No de forma lineal, no con detalles precisos, sino completa.

Nos vi acampando juntos, viajando, riendo en lugares desconocidos. Nos vi asistiendo a la iglesia lado a lado, sentados juntos en una reverencia silenciosa. Vi reuniones familiares, momentos cotidianos y tradiciones compartidas. Vi un matrimonio en el templo, no como una ceremonia, sino como una dirección compartida. Vi pasar los años, cambiar las estaciones, y en cada escena, estábamos uno al lado del otro.

Siempre juntos.

La emoción que me llenaba no era euforia, sino plenitud. Una felicidad tranquila y profunda. De esas que se sienten como paz.

Cuando la película llegó a su final, el tiempo se ralentizó. Las escenas se desvanecieron. Ella estaba frente a mí y se dio la vuelta para mirarme.

Y entonces todo lo demás desapareció.

No podía ver su rostro. Ni su expresión, ni su sonrisa, ni sus labios o su nariz. No podía decir su edad ni sus rasgos. Lo único que podía ver eran sus ojos.

Claros. Amorosos. Familiares.

Eran los ojos con los que uno quiere despertar cada mañana. Los ojos que te hacen sentir conocido, seguro y elegido.

Eso fue todo lo que se me permitió ver.

Al despertar, esa sensación permaneció conmigo.

Desde entonces, he llevado esta experiencia silenciosamente a mis relaciones. Tal vez suene irracional. Tal vez me limite. Pero siempre he sentido que lo primero de lo que debo enamorarme son los ojos de una mujer. No porque los ojos tengan algo mágico, sino porque son honestos. Revelan presencia. Revelan profundidad. Revelan el alma mucho más que las palabras.

He conocido mujeres cuyos ojos creí que coincidían con lo que vi, y traté de convencerme de que eran las indicadas. Pero muchas veces fue mi propio deseo, y en ocasiones mi impaciencia, lo que moldeó esa creencia. Aprender a confiar en el tiempo de Dios y no en el mío no ha sido fácil. Hay millones de ojos en el mundo, y no toda semejanza es plenitud.

Esta experiencia a menudo me recuerda a Nefi.

A Nefi se le mostró el futuro de su pueblo. Vio la venida de Cristo. Vio la salida a luz del Libro de Mormón. Al igual que Juan en el libro de Apocalipsis, se le mostró una secuencia de acontecimientos que él nunca viviría personalmente. No para que controlara el futuro, sino para que pudiera resistir el presente. Vio el final para poder caminar fielmente desde el principio.

Una vez escuché a una Autoridad General enseñar que debemos vivir comprendiendo el final desde el principio, o quizá comenzar con el final en mente. No recuerdo las palabras exactas, pero el principio permaneció conmigo.

Algunas visiones no tratan de predicción. Tratan de dirección.

Ver el final de mi “película” no fue para saber quién es ella o cuándo llegará a mi vida. Fue para ver en quién debo convertirme. Ver ese futuro, sentir la felicidad y la paz que compartíamos, no me volvió impaciente. Me dio propósito.

Me mostró el tipo de hombre capaz de crear una vida así.

Si ese futuro es real, entonces el trabajo es ahora.

Conocer el final me anima a vivir de manera diferente en el presente. Me impulsa a seguir creciendo emocionalmente, a sanar lo que aún necesita sanarse y a acercarme más a Dios. No por miedo, sino por deseo. Quiero estar alineado con Él para que, cuando llegue el momento, esté preparado y no improvisando.

Quiero ser el tipo de hombre que haga sentir a una mujer como ella me hizo sentir en ese sueño: segura, elegida, en paz y feliz. No porque yo la complete, sino porque caminamos juntos en la misma dirección.

Así que sigo convirtiéndome en alguien mejor, un día a la vez.
No perfecto, sino intencional.

Y cuando llegue el día, cuando finalmente vuelva a mirar esos ojos, creo que no solo los reconoceré, sino que seré digno de descubrir la sonrisa que he esperado pacientemente para devolverle la mía.